Hoy pase por una calle cerca de mi casa y vi a dos niños jugar alegremente con unos trompos. La escena me sorprendió tanto que la nostalgia me invadió y recordé aquellos años de inocencia en los que me pasaba toda la tarde después de la escuela jugando al trompo o a las canicas con mis amigos.

Ahora, los niños solo juegan en una computadora o en una play station. El único movimiento que su cuerpo hace es el de los pulgares de sus manos. La tecnología nos aleja de lo real y nos conlleva a lo virtual de una forma alarmante.

Solo salga de su casa y observe cuantos niños le dedican su tiempo libre a jugar al trompo. Casi se han extinto. Y me apena que esos juegos que yo jugué ya casi no generen el interés actual.

Me acuerdo cuando a la salida de clases mis infantes ojos se llenaban de felicidad cuando en mis manos tenia aquella canica blanca, “la lechera”, o cómo la tristeza me invadía cuando el trompo que tanto tiempo me había acompañado y que tantas victorias me había regalado era quebrado en dos tras perder el ultimo juego. Y es que en ese momento se te iba una parte de tu vida.

Ahora, en el mundo virtual no importa cuantas veces pierdas y de que forma lo hagas. A los niños les da lo mismo, ya que pueden empezar de nuevo. Y lo peor es que se pierde el mágico don de comunicarse con los rivales de turno. No hay palabras, no hay contacto visual. No hay nada. Solo simples autómatas enfrascados en una lucha de horas y horas.

Miro atrás y susurro: “aquellas épocas de antaño”. Y sigo caminado.

Nilton Picón

Comunicación Social – UNMSM

Grupo Convergencia